domingo, 10 de febrero de 2008

El Golem Efesio. Por Cristian Claudio Casadey Jarai

El Golem Efesio. Por Cristian Claudio Casadey Jarai

Exequias era un rico comerciante judío perteneciente al grupo de los efesios. Hijo de una interesante estirpe, sus antepasados fueron derrotados en crueles luchas por los persas y por las dinastías griegas de los Ptolomeos y los Seleucidas sucesivamente.

Ya en épocas del rey Antíoco IV terminaban de ser aniquilados los samaritanos y los saduceos por las poderosas legiones romanas entre el 66 y el 70 después de Cristo. Únicamente sobrevivieron los fariseos quienes se adaptaron a las leyes del imperio.

Exequias, refugiado en un pequeño poblado griego con una identidad falsa, recuperaba el dinero perdido en tantas batallas y crisis dedicándose a administrar un viñedo y varias embarcaciones pesqueras.

El hebreo temía a la muerte. Era un gran estudioso de la filosofía helénica y de los mundos subterráneos. Primitivo espagirita, pasaba muchas horas nocturnas frente al crisol y el atanor tratando de descubrir el elixir de la vida.

En aquellos tiempos, los pocos efesios que vivían en el anonimato manteniendo un bajo perfil por cuestiones de seguridad, compartían la noción de que el destino de los muertos era un tenebroso mundo en las entrañas de la tierra llamado Seol. Ahí las almas llevaban una vida debilitada y lúgubre, comunicándose entre ellas por medio de chillidos similares a los de los pájaros.

Preocupado por el destino incierto de Israel, Exequias se dirigió con destino al templo de Delfos a pedir la sabiduría de los dioses. En el tortuoso camino se encontró con una pequeña caverna de la que salía un delicioso perfume. Intrigado, el estudioso se adentró en ella. Caminó algunos pasos y se sorprendió al escuchar unos sonidos extraños. Una hambrienta y vil turba se acercó hasta sus sandalias. Aterrorizado, reconoció en uno de los espectros la figura de su madre, desaparecida en circunstancias poco claras. Cortándose las muñecas, invitó a la aparición a beber la sangre del sacrificio. Después del macabro brindis, su progenitora le entregó un antiguo papiro.

Desvaneciéndose la visión, Exequias emprendió el regreso al pueblo. Encerrado en su laboratorio, siguió las precisas instrucciones del rollo. A imitación de Jehová, tomó el barro sublimizado con las cenizas del cordero y la paloma y dio vida a la criatura.

El Golem se levantó. Se paró delante de su padre. Abriendo bien grande la boca, exclamó:
- “Ingrata patria, ne ossa quidem mea habes”.

Errante, Exequias abandonó su creación.