miércoles, 13 de febrero de 2008

El evangelio según Casadey. Capítulo IV. Por Cristian Claudio Casadey Jarai.

El evangelio según Casadey.

Por Cristian Claudio Casadey Jarai

Capítulo IV.



Pasaron los días sin mayores cambios para Casadey y el pueblo. El tiempo transcurría de manera apacible y la gente hasta había cambiado sus rostros tristes por facciones llenas de esperanzas.

Casadey seguí con sus enseñanzas en la plaza. Empeñado en hacer conocer sus pensamientos, una tarde fue muy extenso en su prédica:

-“El símbolo remite de manera metafórica a aquello que se intenta evocar. Bien conocido es el caso en las Sagradas Escrituras cuando el Espíritu Santo es simbolizado por la paloma y las lenguas de fuego, se hace visible lo invisible por medio de imágenes que dan cuenta de un rasgo importante y distintivo como en el ejemplo, la pureza representada por la paloma y por el fuego.

En el Apocalipsis, 21: 18, San Juan tuvo la visión de la Jerusalén Celestial hecha de oro puro, símbolo de magnificencia y esplendor al igual que el brazo derecho, símbolo de poder que se encuentra de manera repetida en los Salmos.

En otro extremo están los instrumentos de la Pasión, la esponja como la pobreza y el hambre, que embebida en hiel se ofrecía a Jesús Crucificado; la lanza de Longino, siempre motivo de búsqueda en la historia simbolizando el corazón herido de Cristo al igual que la cruz, símbolo universal del sufrimiento de Nuestro Señor Hecho Hombre y estandarte de la fe cristiana. Dentro de esta misma tesitura la mano extendida tan presente en la iconografía cristiana representa la actitud del suplicante y de quien ora.

De todos los colores simbólicos, es el dorado el más admirado por el hombre, es el color de la luz solar, la luz que proviene de la divinidad, mientras que el blanco es la luz propiamente dicha, es el color neutro suma de todos los colores en contrapartida al negro, la oscuridad. El rojo simboliza la sangre, el amor y el sacrificio.

El púrpura a partir del código Justiniano en la antigua Roma fue reservado para el poder imperial, es el color del poder.

El azul es el color de la divinidad, del vacío del agua, del aire, del cristal, del Infinito hacia Dios.

El verde simboliza la naturaleza, la vida, el renacimiento de la primavera mientras que el marrón es el color de la tierra, “polvo eres y en polvo te convertirás”.

En continuidad con las enseñanzas de Cristo sobre la muerte y el Averno, ha vencido la gloria de la alegría pascual de la Resurrección de Jesús, el único que ha regresado del Reino de las Almas, del estado supraterrenal.

La invocación del nombre sagrado de Nuestro Señor fue exaltado en el libro santo de los Hechos de los Apóstoles en donde brotan la luz y la vida de los sacramentos, corazón de la nueva espiritualidad, la vida en Cristo, la síntesis entre la revelación y la filosofía al servicio de la primera.

Es el mensaje cristológico de los puros, el misterio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, eje de la fe y unión de lo humano y de lo divino.

Mientras que las antiguas corrientes como los nestorianos dividen a Cristo, los monofisitas vuelven a reabsorber su humanidad en su propio carácter celestial.

El misterio de la Encarnación Divina, de la hipóstasis, es la noción trinitaria que evoca a alguien que existe en dos naturalezas, dos ousias diferentes, Jesús verdadero hombre y Dios juntos, sin mezclas, indivisible en una sola persona a pesar de su naturaleza humana que exige su kénosis, es decir la humillación y expiación de los pecados del Dios Cristo bautizado por Juan en las sagradas aguas del Jordán y su crucifixión en el Gólgota en su propia elección personal, obra de su voluntad.

Dios trinitario, Patre Filioque, procede del Padre a la vez que del Hijo el Espíritu Santo, son tres personas, hipóstasis en una sola naturaleza o esencia (ousia).

La trinidad es consustancial más allá del entendimiento humano, diversidad absoluta y a la vez la más perfecta y total unidad.

Las nociones de hipóstasis y ousia son creaciones cristianas siendo que Dios Vivo no es una esencia o naturaleza, en palabras de San Gregorio de Nacienzo tres divinidades reunidas en una sola Dominación y Divinidad. Según San Juan Damasceno, “están unidas no para confundirse sino para contenerse mutuamente”. San Máximo el Confesor enseñaba que “Dios es un eterno movimiento de amor”.

La palabra theología en su significado más arcaico se refería a la Sagrada Biblia. Cuando el Areopagita hablaba sobre elevar las almas hasta las cimas secretas de las escrituras lo decía en el sentido de la teología mística al igual que cuando San Gregorio de Nisa y Orígenes comentaban que Dios se encuentra debajo del texto de las Escrituras como oculto detrás de un velo, aquel velo de Isis para los gnósticos, la gnosis, el conocimiento secreto.

Los gnósticos buscaban liberar la conciencia e investigar la realidad de los mundos superiores a los que el conocimiento de Cristo era al mismo tiempo una participación ontológica, una comunión personal a través de la sabiduría de las palabras bíblicas.

El neocristiano puede comprender la sabiduría detrás del velo y detrás del Verbo en los sacramentos, los misterios, en especial en el bautismo y en la eucaristía, en el cuerpo de Cristo.

Así pues, quien conoce el misterio de nacer de nuevo por el agua y el espíritu revela luego los enigmas de la cruz y del sepulcro por medio de las pistis, la fe, la encarnación del verbo y con la participación del Espíritu Santo en el pleno amor de la Santa Trinidad.

La participación en la vida divina por la profundización eucarística de las Escrituras es la trascendencia de la contemplación de la deslumbrante gloria de la Trinidad en sus dos afirmaciones que son simultáneamente verdaderas para la fe pero contradictorias para la razón, Dios es tres y uno, esencia y energía, verdadero hombre y verdadero Dios, Cristo en la perspectiva de la glorificación litúrgica, la doxología.

A través de los sacramentos se comunica la unidad del hombre en el conocimiento, el encuentro y la participación personal por medio del Espíritu Santo, de la Trinidad con relación a la Humanidad. En el siglo XI San Simón el nuevo Teólogo menciona que es inseparable de la vida cristiana la libertad profética. Es el Dios escondido, invisible, que se hace presente y se vuelve cognoscible gracias a sus energías, al Espíritu Santo, a sus manifestaciones divinas y por supuesto por su Hijo, que es hombre y Dios en una única naturaleza perfecta; en un renacimiento de la espiritualidad hesicasta, es decir, una espiritualidad de paz, activa y vivaz pero de silencio simultáneamente. El Cristo elkómenos, escarnecido despierta en la oración personal, secretamente transfigurado en su camino al Gólgota, dichoso y triunfante en su expiación voluntaria de los males de la humanidad. Es así que los fieles reunidos en la iglesia entonan la epíclesis, oración que solicita al Altísimo que envíe su Espíritu Santo para manifestarse en el Cristo glorificado en el simbólico sacrificio del pan y del vino, del cuerpo y de la sangre del Hijo de Dios hecho hombre, conmemoración de la Última Cena, ritual clave y trascendente en el misterio cristiano, ceremonia ampliamente detallada en el Testamento, en la filocalía, el amor a la belleza, a lo sublime de los textos sagrados. Asegurando que el conocimiento precede al amor, no ha de confundirse con el deseo. El amor busca lo deleitable, lo provechoso y lo honesto teniendo en su máxima cumbre el amor divino, principio, camino y meta de todos los actos honestos, la perfección del ánima intelectiva en la virtud y en la sabiduría.

El gozar voluntariamente tal como lo hizo Cristo en la Cruz mediante la unión de buenos sentimientos para la purificación del hombre constituye la más alta y sublime muestra del amor divino, que fluye esencialmente del mundo espiritual para luego influir en el corpóreo.

San Ignacio de Antioquia proclamaba que la gnosis de Dios es Jesucristo. La unión ontológica y personal con el Padre es a través del bautismo, la unción de su Espíritu, canon inmutable de la verdad.

San Gregorio de Nacianzo revelaba en una máxima de suma belleza espiritual que hablar de Dios es una gran cosa, pero que mejor todavía es purificarse por Dios. Nuevamente es el primer y más importante ritual para limpiar el alma por la gracia del Supremo a través del Espíritu Santo quien se hace presente por medio del vehículo conductor del agua bautismal en unión del hombre con el cosmos trascendental mediante la metanoïa, el cambio de espíritu y el acto de arrepentimiento de los errores en la eterna búsqueda adimensional de la perfección y de la autosuperación. Es la confianza ciega en los dones espirituales que como si fueran una visión mística revelan una energía astral de un plano superior en el que el Altísimo se ha convertido en hombre para que la misma humanidad pueda transformarse en Dios, la autoexusía, la capacidad del ser humano de determinarse desde el interior para llegar a la hipóstasis, a unirse libremente con el Todopoderoso y a comunicar su divinidad con el universo desde su microcosmos hacia el macrocosmos en donde la naturaleza antropocéntrica del hombre es un dinamismo creado por la gloria celestial, por la gracia creada y por la difusión de la doxa, luz de la esencia espiritual de los elementos.

La muerte es un nuevo modo existencial, por lo que según palabras de San Cipriano, Cristo ha querido ser hombre para que el mismo ser humano pueda ser lo que es Cristo. Es la realización del amor de Dios, sublime e infinito en plena unión y comunión entre la humanidad y la divinidad, es el Dios hecho hombre quien se encarna, sufre y muere para dar a los hombres una muestra suprema del amor celestial y del triunfo de la vida por obra de la Redención de Cristo. Es el bautismo que da muerte a la muerte misma.

En Jesucristo ya se encuentra transfigurado el universo en su glorioso cuerpo bañado en la luz astral: “En Cristo habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col. 2: 9). Es el macrocosmos que depende del estado del microcosmos, de la relación de cada hombre con el Altísimo y con el resto de la Creación; es el corazón caritativo del Hijo de Dios que ama a todo el universo en su inmensidad y habita en el mismo.

La libertad se encuentra donde está el Espíritu de Dios: “El hombre espiritual es juez de todo y no depende él mismo del juicio de nadie” (I Cor. 2: 15).

Es un receptáculo para el Espíritu Santo lo que ha venido a preparar sobre la tierra Jesucristo, se hace sarcóforo, portador de carne, se convierte en hombre para que éste se transforme en neumatóforo, portador del Espíritu Divino para introducir en el corazón de la humanidad el Reino de Dios, la Jerusalén de oro venidera mencionada ya en el Apocalipsis.

“El que ha nacido del Espíritu es Espíritu” (Juan 3: 6), quien ha nacido de nuevo por obra del bautismo, del espíritu, participa de Dios en una nueva manera existencial a semejanza del cuerpo espiritual de Cristo en un estado de Pentecostés perpetuo en el que la Eucaristía renueva el recibimiento de los dones del Espíritu, actualización de la gracia bautismal: “Habéis recibido la unción del Santo y conocéis todo… no necesitáis que se os enseñe” (II Juan 20: 27). La incorporación de Cristo es por medio del bautismo y un nuevo nacimiento en el Espíritu, un renacimiento, un segundo nacimiento de su ser cósmico, una deificación, una theósis.

La presencia ontológica del Señor mismo se comunica en la luz y vida que el Espíritu transmite en el bautismo a través del agua purificadora.

“Id, haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mat. 28: 19).

Con su presencia no solo causal sino también diafánica es Dios pantodynamos, todo dinamismo que abarca en su velo a todo el universo con su río celestial de amor y divinidad en las aguas de la Trinidad con la belleza que rodea la esencia de todas las cosas, ya que en el Reino “los justos resplandecerán como el sol” (Mat. 13: 43).

Dios es uno y tres a la vez en un misterio inentendible a la razón pero claro a la vez para la fe, en la doble naturaleza de Dios hecho hombre, Cristo, dos naturalezas perfectas en una sola.

La Trinidad es la procesión del Hijo que nace del Padre y del Espíritu a través del Padre y del Hijo, a Patre Filioque. El Espíritu para la prossesio latina procede principaliter del Padre mientras que los griegos llaman a esta procesión ekporeusis en total identificación con la interpretación romana. Por lo tanto, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio. En otras palabras, es el Espíritu que procede del Padre del Hijo o del Padre en el Hijo por medio del cual se manifiesta.

El microcosmos visible de la humanidad en la unidad irreducible de la persona se manifiesta de manera ontológica en el misterio trinitario al igual que existe un Dios único en tres personas. También hay un hombre único en una multitud de personas, restaurando como unidad en la gracia y el Cuerpo de Cristo, puesto que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios es que debe imitar en la vida la naturaleza divina.

San Isaac el Sirio decía: “No es justo decir que los pecadores en el Infierno estén privados del amor de Dios… Pero el amor actúa de formas diferentes: se convierte en sufrimiento en los condenados y en gozo en los bienaventurados”. El amor es honesto y busca la Justicia.

Dios se manifestará a todos en la Parusía, ruega por todos los muertos para que ese “sueño” místico sea un proceso de purificación para prepararse a la Resurrección para un reestablecimiento de todos y de todo en el seno divino mientras que en el averno individual la segunda muerte no será la ausencia de Dios en el hombre sino del hombre sin Dios.

Es el bautismo la “muerte de la muerte”, el descenso del Espíritu que sin cesar purifica la sangre de Cristo.

La asimilación de la gracia es un proceso espiritual de crecimiento y superación que comienza en el bautismo y culmina en el sacrificio de la Eucaristía en la que cada creyente sincero es sucesor de Pedro, del “poder de las llaves”, del “poder de atar y desatar”.

Así, la hipóstasis cristiana es en cada persona por medio del bautismo y de la comunión transformándose en consustancial a sus hermanos, a Cristo y al Espíritu para llegar al Padre.

El iniciado en la búsqueda de la primera resurrección o resurrección del alma encuentra la luz divina en el bautismo.

El bautismo es una iluminación, un photismo que anticipa al hombre la Parusía. El hombre es a la vez estuaróforo, portador de la cruz y neumatóforo, portador del espíritu.

La nueva Jerusalén Celeste “no tiene necesidad de sol ni de luna para que la iluminen; por que la gloria de Dios la ilumina y su antorcha es el Cordero” (Apoc. 21: 23).

Es constante la búsqueda de la luz divina en la humanidad. Desde tiempos remotos como cuenta el mito platónico de la caverna, la iluminación y la verdad han sido anheladas desde el comienzo de la historia.

En el espacio astral, en el interior del espíritu que se abre en cada persona son las ansias de libertad y de luz que mueven el alma hacia la gracia de Cristo, hacia aquella gnosis oculta por el polvo de los siglos que el hombre ha olvidado pero que por el favor de la misericordia divina vuelve a encontrar.

La crismación o confirmación en la fe, en la gracia de Dios constituye un Pentecostés continuado del bautismo por el agua, anticipo del Espíritu consustancial a Cristo y que procede del Padre. Todo confirmado es neumatóforo, portador del Espíritu, testigo consciente de la verdad. Es aquel que después de una ardua lucha en su interior contra la tentación y los bajos instintos se deja llenar por el Espíritu Santo y anuncia el Reino ya no sólo con palabras sino también con el poder, con un apostolado carismático y personal. Así, se da testimonio del poder divino por medio del exorcismo, el don de la curación, la profecía, la distinción del aura y de los espíritus. Son los dones espirituales que se manifiestan en quienes han recibido al Espíritu Santo como en su momento lo recibió San Juan, vidente y profeta pero esencialmente sacramental en su evangelio.

El Espíritu reposa de manera sublime en el Cuerpo de Cristo, en la eucaristía, siendo la tradición, la paradosis una fuente de revelación a la par de las escrituras, memoria sagrada y espíritu de discernimiento de la fe en Cristo.

El lirismo metafísico está presente en toda su belleza en los textos bíblicos, son el misterio y la mística que impregnan la palabra divina en donde reposa la verdad del Espíritu sobre el Cuerpo de Cristo.

Por más arcaicas que sean las expresiones de la verdad éstas nunca serán desactualizadas ni caducas. Los dogmas secretos que nombraba San Basilio son los símbolos, signos y ritos que presenta la cristoesfera de la vida religiosa y es la tradición y la luz divina que interpreta y discierne sobre el significado de los libros sagrados. Toda impureza es consumida por la Santidad Divina en su fuego devorador. Por lo tanto es la confesión un acto individual de sinceridad personal con el Supremo mientras que el matrimonio propone una relación que es el nacimiento de una nueva familia. Cristo transformó el agua en vino en las Bodas de Caná bendiciendo dicha unión. San Juan Crisóstomo en su sabiduría mencionaba que el matrimonio es el sacramento del amor”.


El pueblo ovacionaba a Casadey. Lo consideraban un sabio, un hombre santo. Casadey se había dejado la barba y el cabello largos lo que le daba un aire profético junto a las túnicas que usaba. Parecía que el frío no le causaba ni el mínimo efecto en el cuerpo.

Fin del capítulo.