jueves, 10 de enero de 2008

El Dante cobrizo, por Cristian Claudio Casadey Jarai

La tupida vegetación recreaba la noche en pleno día. Densas hojas casi no dejaban penetrar la luz en la salva. Calor y humedad, reinas indiscutidas del lugar, jugaban junto a los chillidos de los animales. Era difícil guiarse entre tanto verde. de repente una rana, una lapa y un mono atacaron al peregrino. A duras penas logró librarse de las bestias. Recobrando el aliento, se percató de que lo estaban observando unos ojos. Se dio vuelta y el viejo indígena se ofreció a acompañarlo a través de la selva y de los ríos, hasta la ciudad de oro; allí la gran virgen lo llevaría a la presencia del cacique supremo.
Unicamente de ese modo evitaría las asechanzas de la selva, los errores, y de las fieras, encarnaciones de los pecados humanos; la avaricia, la soberbia y la lujuria.
Llegaron a un extraño volcán apagado que se abría como un misterioso abismo en el centro de la tierra. Rodeado de peligrosas corrientes e inaccesibles acantilados, un millar de esclavos empujaban grandes rocas para la construcción de un magnífico templo que limpiaría a los desdichados de sus pecados.
El extranjero y el aborigen, hostigados permanentemente por avispas, cruzaban cruzaban la zona sin vicio ni virtud. Los insectos no olvidaban la antigua inconstancia y veleidad de las opiniones de la dispar pareja.
El nativo guió al caminante hasta que un huracán los atrapó revolviendo sus pasados dedicados a las pasiones, siendo empujados por las fuerzas de los vientos hacia un pantanal. Sumergidos por vairas semanas debieron ingerir inmundicias para sobrevivir. Con gran esfuerzo lograron salir de la espantosa trampa para recorrer un largo sendero iluminado por cadáveres en llamas que se disponían a ambos costados del camino. Filosas malezas dificultanban aun más el último tramo de la cruel ruta.
Un soldado con los párpados cosidos, traidor a su patria, ahora custodiaba una diminuta abertura. Para poder pasar los compañeros entregaron todas sus pertenencias al infame militar.
un tranquilo valle parecía anticipar un viaje más sereno que el anterior. Las personas que recorrían esa parte lo hacían de rodillas. A fines de evitar problemas , los peregrinos resolvieron imitar al resto.
Una puerta dorada se hallaba en los confines del horizonte. El indígena se retiró y el extranjero se quedó solo. Abrió la entrada y una radiante figura femenina con los ojos de verde jade lo recibió tomándolo de las manos. Juntos pasearon por la ciudad de oro. El caminante, no preparado para semejante visión encegueció. Desesperado intentó escapar mas la joven lo sujetó fuertemente del brazo y lo llevó hasta el supremo. Pétalos de orquídeas pasó sobre los ojos del aventurero y recobró la vista. Frente al altar respondió al sacerdote: -" Sí, acepto".
-"Puede besar a la novia", replicó el religioso.
Su alma se llenó de gozo y alegría.