jueves, 7 de febrero de 2008

Guinea Ecuatorial: Reflexiones. Ensayo. Capítulo I. Por Cristian Claudio Casadey Jarai.

Guinea Ecuatorial: Reflexiones. Ensayo

Por Cristian Claudio Casadey Jarai, licenciado en literatura.

Capítulo I: La problemática del equilibrio.

Es de imaginarse que las preocupaciones del hombre antiguo en su esencia no fueron muy diferentes a las del hombre actual. La necesidad de satisfacer sus instintos básicos, el deseo de progreso, de ascenso económico y social se halla en todas las etapas de la historia de la humanidad. En ella se mezclan sentimientos nobles y bondadosos así como las más bajas pasiones y depravaciones del alma. La búsqueda de un equilibrio que todavía no ha sido alcanzado por el género humano debería ser su principal objetivo.

Muchas veces se representa a la justicia en la figura de una mujer con los ojos vendados que sostiene en una mano una balanza y en la otra una espada. Es una alegoría gráfica de cómo el equilibrio es también justicia. Cuando se piensa en orden, progreso, equilibrio, justicia se juegan a la vez varias fuerzas que pueden llegar a ser antagónicas. A menudo sucede que el progreso de unos pocos significa el retroceso de muchos. O sea, el progreso no implica equilibrio. Ni el orden significa justicia.

Semejante dilema lleva a creer que tanto progreso, equilibrio, justicia y orden no son de ninguna manera valores absolutos e iguales para todos. Lo que para algunos es, para otros no es. Y si se agregan las diferencias culturales, es decir, idiomáticas, sociales, de idiosincrasia entre otras, no hay ninguna relación entre los conceptos ya enunciados.

Para Hegel, la realidad es un proceso dialéctico de negaciones, todo lo que existe se despliega en su opuesto para luego fundirse en él en un nivel superior.

En concordancia a esa visión filosófica, las leyes de la antigüedad parecen raras e injustas. En el derecho de los antiguos griegos, sorprende ver que la hija no hereda al padre en ningún caso mientras que en el romano no lo hace si se casa. Esto se basaba en creencias religiosas, ya que las reglas del culto doméstico se transmitían de varón a varón. La hija no es apta para continuar la religión paterna por que al casarse adopta la de su esposo. Así, la propiedad se separaría del culto.

El gran poeta Virgilio en sus Geórgicas decía: “Feliz de aquel que pueda conocer las causas de las cosas”. Se ha buscado en especial en el actual sistema de educación comparar el antigua mundo grecorromano con el presente, a mirar con los ojos de hoy las opiniones y acontecimientos de esos tiempos lejanos. Existe una necesidad actual de justificar hechos y opiniones para lo que se busca acomodar y amoldar pensamientos y sucesos de los antiguos como base de muchas teorías y situaciones actuales. Pero esto acarrea errores y peligros, ya que la idea que hay formada sobre Grecia y Roma es difusa y misteriosa, el paso de los siglos ha realizado su labor. Por malas interpretaciones de la cultura antigua se ha intentado resucitar viejos conceptos desde tiempos arcaicos. Tal es el caso del nacimiento de la ópera como se la conoce hoy en día. En su origen fue una interpretación de cómo realizaban sus representaciones los antiguos griegos. Nada más lejano de una tragedia griega que una ópera barroca, pese a tomar elementos de esa cultura que la justifica de alguna manera bajo la aureola de un antecesor santificado e idolatrado, purifica aquella nueva producción artística.
Perdurar mediante el registro de hechos constituye la técnica de la historia en las relaciones sociales humanas de carácter impersonal. Es la conciencia del pasado lo que sustenta la existencia histórica. Por lo tanto, esta búsqueda de equilibrio, progreso, justicia y orden en el devenir del tiempo sufre múltiples transformaciones y cambios. Como conceptos siguen teniendo y poseerán en el futuro el mismo valor intrínseco, el problema está en realidad en su aplicación práctica. Ya se demostró que lo que a los ojos del hombre actual es injusto, en épocas primitivas era justo.

Locke hablaba sobre la idea de conocimiento como resultado de la acumulación de experiencia. Pascal comparaba la historia de la especie como la de un individuo en un perpetuo estado de aprendizaje. Voltaire pensaba que la evolución de las artes y las ciencias era la llave del desarrollo de la sociedad. Por lo que el progreso está atado al factor temporal, a la historia, al tiempo. El tiempo es una unidad, por eso es posible tener una visión tanto del pasado como del presente, con vistas al futuro. Desde épocas inmemoriales la humanidad sintió la necesidad de poder predecir lo que sucedería en el futuro, en la búsqueda del progreso, por lo cual se dedicó a contemplar el mundo. La metafísica explica que aquella contemplación del universo dio a la humanidad la medida del Ser Supremo y dejó ver que todo funciona siempre, que el cosmos es en realidad atemporal.

Pero de una errónea antropología filosófica nace esta teoría del progreso indefinido, que ignora las tendencias humanas hacia el bien y hacia el mal.

La metafísica y el espiritismo con sus diversas escuelas interpretan que el hombre, con sus cinco sentidos y sus tres dimensiones en realidad deforma la adimensión o única dimensión, por tener una forma incorrecta de medir el tiempo. Pero existen unos medios de relación con aquella adimensión: los sueños y los viajes astrales, acaso sean la misma cosa desde una perspectiva psicológica. San Pablo decía en las Sagradas Escrituras: “Hay un cuerpo material y un cuerpo espiritual”. Para San Agustín el problema de la filosofía era doble, por una parte el alma y por la otra, Dios.

Santo Tomás enseñaba y afirmaba por medio de cinco vías la existencia de Dios: un primer motor, lo que permite el movimiento de los seres creados; una causa primera que explica el proceso; un ser perfecto y una inteligencia.

Los esotéricos proponen una cuarta dimensión etérea o astral, en donde ésta vida terrenal sería lo irreal y la otra la real, aquella que empieza atravesando el umbral de la muerte del cuerpo físico.

Para esta corriente la ciencia en tres dimensiones es insuficiente, hay otra dimensión secreta que rodea al mundo donde no existe el tiempo como lo conoce el hombre. En esta otra dimensión que en realidad es una adimensión la humanidad es inmortal como espíritu luego de fallecer.

Es la búsqueda de la liberación de la conciencia y el equilibrio de los tres elementos que forman al ser humano: el cuerpo material, el cuerpo inmaterial o espíritu y el cordón plateado que une a los dos antecesores. Desde la perspectiva cátara en su cosmovisión medieval declaraba que Jesucristo había enseñado dos teorías: una para el hombre común, vulgar, y otra para sus discípulos, los iniciados.

Dentro de esta filosofía inciática, el neófito es el individuo que empieza a recorrer el sendero en busca del conocimiento de Dios, del equilibrio por antonomasia. “Debemos tan sólo buscar el Reino de Dios y su Justicia, lo demás nos será dado por añadidura” decía el Maestro de Maestros, Jesús.

Son dos humanidades que compiten por el señorío del mundo, el hombre objetivo y el hombre subjetivo, cuerpo y alma, el gran drama que se representa en el universo mediante la lucha de dos fuerzas: la positiva y la negativa, el bien y el mal, binomio complementario y antítesis a la vez.

La epopteia o vista personal es según Platón todo aquello en que de manera intuitiva por medio de la contemplación de las cosas se conciben éstas como verdades e ideas absolutas. Según el sabio Demetrius Phalerus la palabra misterio es una metáfora sobre el miedo que ocasionan el silencio y la oscuridad. Los misterios para los metafísicos son verdades que el entendimiento del hombre no puede comprender. Apuleyo cuenta que era durante la noche, al parecer cuando caía el sol que tenían lugar las iniciaciones en los misterios de la Samotracia y en los de Isis. Los actuales masones estimulan con el secreto a sus integrantes con la dificultad de admisión en cuyas pruebas el iniciado debe demostrar su virtuosidad y su manejo de las pasiones inferiores.

Citando a San Agustín, non est alia philosophia et alia religio (no son cosas diferentes filosofía y religión), es el hombre que admite y asimila el conocimiento revelado por el Espíritu Santo a través de la virtud celestial de la fe.

Platón distingue el conocimiento por medio de imágenes reconstruídas en la mente a las que llamaba eikasía o manipulación imaginativa, y al conocimiento por medio de la creencia, pistis, presentes en el espíritu, en la sensibilidad.

En su obra Timeo cuenta como el demiurgo, el primero de los dioses, crea el mundo a partir de la materia previa informe, existente, el hombre ha visto ya el mundo de las ideas, ya conoce el bien y el mal, ha contemplado la verdadera realidad divina. Pero al ser depositada el alma en un cuerpo mortal olvida su origen, bebe una aguas que borran su pasado divino. Pero en la tierra a través de sus sentidos el hombre empieza su búsqueda y vuelve a recordar, siendo los objetos que lo rodean los disparadores que envían nuevamente al hombre hacia su interior para su nuevo despertar.

Ya Rousseau decía que la primera palabra de un recién nacido era un gemido, su primera envoltura una prisión.

La humanidad en su búsqueda de equilibrio, progreso, orden y justicia todavía permanece en este estado indefenso y frágil.

En su búsqueda de progreso, Henri Khunrath en su Amphitheatrum Aeternae Sapientae trataba sobre la secreta y hermética ciencia de la alquimia; ciencia reservada a un limitado número de adeptos de altas cualidades espirituales para recibir semejante conocimiento divino, muchos son los caminos erróneos en la ciencia de Hermes y muchos son los que se pierden en frustrantes búsquedas con las consabidas pérdidas estrepitosas.

La ciudadela alquímica representa un bien custodiado secreto que se encuentra rodeado por veintiún etapas con una entrada cada una, veinte de ellas no tienen salida y representan unos caminos apócrifos en los que el neófito se perderá por mucho tiempo. Si consigue llegar al compartimiento número veintiuno verá que en el umbral de la entrada hay un guardián que custodia el final, al que se accede mediante un puente levadizo que es la única manera de acceder al centro de la fortaleza y del conocimiento separados por una fosa llena de agua que guarda a la ciudadela de los curiosos. Las condiciones para acceder son muy exigentes y sólo un alma excepcional puede llegar hasta el secreto final. Duro es el camino al equilibrio y a la sabiduría.

Nicolás de Valois en sus Cinq Livres decía: “El buen Dios me ha dado este secreto divino por mis oraciones y mis buenas intenciones; la ciencia se pierde cuando se pierde la pureza de corazón”. Platón decía que grande es el Dios del Amor. Según Plotino, las ideas están divinamente en el mismo Dios, pues aunque se lo llame de diversas maneras son fuerzas inefables e infinitas que siempre concurren a la eternidad, a la fuente de todo pensamiento, que son muchos pero que es uno solo en verdad: Dios.

Si el adepto ha podido ingresar a la ciudadela encontrará en ella el símbolo del mercurio filosófico.

La ciudadela posee siete ángulos que corresponden a las siete operaciones trasmutatorias, representadas en el Apocalipsis en las siete trompetas sagradas y en las siete iglesias. Estas operaciones son: disolución, purificación, introducción en el vaso sellado, solución por putrefacción, multiplicaciones, fermentación y proyección para dar lugar a la Piedra Filosofal la cual finalmente está custodiada por un dragón sagrado que solo la entrega a los elegidos.

Existe una gran analogía entre la creación del cosmos narrada en el Génesis, que cuenta que el mundo no es eterno, tuvo un comienzo del tiempo, entidad adimensional para Dios, salió de la nada por obra y gracia del Todopoderoso, desde los eres inferiores hasta su creación más sublime, el hombre. Quien ha comprendido el misterio de la creación en el Génesis ha entendido el secreto de la ciudadela y de la piedra filosofal, los veintiún compartimientos corresponden a la fórmula multiplicada de la Santísima Trinidad, que es uno solo en su misterio, y los siete días de la creación, entendiendo por día no la duración de veinticuatro horas sino un período de tiempo celestial, puro equilibrio divino.