viernes, 8 de febrero de 2008

Neoalquimia: El Grimorio de la Nueva Gnosis. Cap. I. Por Cristian Claudio Casadey Jarai.

Neoalquimia: El Grimorio de la Nueva Gnosis.

Por Cristian Claudio Casadey Jarai.

Capítulo I: Introducción.


Reservado a un diminuto grupo de adeptos privilegiados, la neoalquimia es el conjunto de secretos herméticos destinados a la elevación y perfección espiritual de la humanidad a través del conocimiento de la Gran Obra, denominación con la cual se designa el resultado de la noble operación alquímica así como también su proceso.

Cristo, Primer Alquimista, ya decía: “Quien me sigue no anda en tinieblas”. Su doctrina excede a cualquier otra inventada por el hombre, es gracias a la neoalquimia que el individuo preparado en alma y mente hallará en ella el místico maná escondido.

Grave error es confundir la ciencia alquímica como si fuera un medio lleno de vanidades en la búsqueda de riquezas perecederas, sus objetivos son los reinos celestiales.

Sin la caridad y gracia del Creador no sirve de nada toda la sabiduría de la tierra.

En S. Mateo, 10, 26 está escrito: “No les temáis, pues no hay nada oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no se dé a conocer”. Es a partir del propio esfuerzo personal que el iniciado comienza su arduo camino, respetando la voluntad divina, dispensadora de la luz y de la revelación. El aprendiz debe obediencia a la regla filosófica que obliga al que se adentra en las aguas neoalquímicas la necesidad de un mutismo inviolable.

La Ciudadela Alquímica, símbolo de la ciencia hermética, es un reino espiritual que representa la difícil ruta hacia la divinidad. Está formada por veintiún compartimientos rodeados de una amplia circunferencia. Cada una de las etapas tiene su propia entrada mas una sola posee salida. Son veinte en las cuales el peregrino puede quedar aislado. Como éstas se comunican entre sí, el caminante puede errar durante muchísimos años. Una vez descubierta la certeza, espera el aficionado un puente levadizo custodiado por un feroz guardián quien le exigirá grandes requisitos morales y sapienciales puesto que homo homini lupus (el hombre es el lobo del hombre). La neoalquimia sólo está reservada a la persona que demuestre ser merecedora de ella.

Una vez que el abnegado estudiante ha logrado atravesar por las puertas mágicas de la Ciudadela, le es entregado el jeroglífico del mercurio filosófico. Estas sustancia supraterrenal debe ser trabajada con empeño metafísicamente, recorriendo las siete esquinas del lugar sagrado, realizando las pertinentes operaciones alquímicas: disolución, purificación, introducción en el atanor, putrefacción, multiplicación, fermentación y proyección.

El magno resultado es la Piedra Filosofal, custodiada por un dragón verde quien solo la entrega a los elegidos. Esta piedra inmaterial se divide en Medicina Universal y Polvo Transmutatorio, lo que la convierte en un triple tesoro para el filósofo; conocimiento, salud y riquezas, recreación terrestre del Paraíso Perdido.

La doctrina oculta reside en el poder del Verbo Eterno, principio de todas las cosas. Innegable y verdadera es la estrecha relación entre la Creación del Cosmos y la obtención de la Gran Obra. Cualquiera que haya comprendido los misterios de la Creación en el Génesis bíblico conoce el secreto de la Piedra Filosofal. Es el neoalquimista que recrea en su laboratorio espiritual el microcosmos a semejanza de Dios, el atanor transmutativo del huevo órfico, base de todas las iniciaciones, el Espíritu Santo, el Aliento Divino sobre las Aguas del Caos.

A partir de una mirada introspectiva en el reino privado del adepto mismo sublimando su universo interior, ha de encontrar un espejo especial, el Espejo de la Sabiduría, antiguo regalo neptunial, sacrosanto mientras que a la vez flatus irritus odit (un vano soplo lo empaña).

Dicho espejo refleja el mundo exterior de una manera desnuda, cuasi pornográfica, llevando al aprendiz hasta la imagen del doble árbol alquímico, cátaro en su binaturaleza; del bien y del mal. La concepción cátaro albigense de la gestación terrestre es complementaria y a la vez reñida con la historia del Génesis, en donde totus mundus in maligno positus est (todo el mundo está establecido en el diablo).

En el evangelio cátaro del pseudo Juan se atribuye a Satanás la creación de la tierra y hasta del propio cuerpo carnal del hombre, como está escrito en el capítulo tercero, cuarto versículo de dicho libro: “…ángeles caídos del firmamento pasan a los cuerpos de las mujeres, y reciben el cuerpo material, concupiscencia de la carne. Porque el espíritu nace del espíritu y la carne de la carne, y así es como se consuma el reinado de Satanás en este mundo y en todas las naciones”. En el mismo texto, capítulo tercero, versículo décimo quinto dice: “Y descendiendo, entré en ella por el oído y por el oído salí”, mostrando le vital poder e importancia de la Palabra, soberana de la sabiduría.