domingo, 6 de enero de 2008

Leyendas de Hudson: La leyenda del japonés de Barrio Marítimo. Por el licenciado Cristian Claudio Casadey Jarai.

Cuenta la leyenda que en la localidad bonaerense de Hudson, más exactamente a pocos metros de la rotonda de Barrio Marítimo, vivía un hijo de japoneses nacido en la Argentina que se dedicaba a coleccionar videos de animé y otros subproductos de la cultura popular oriental. Este simpático personaje llegó a acumular tanta cantidad de objetos que poco a poco ya no cabían en su habitación. Colecciones completas de series de culto, posters, merchandising de todo tipo, en fin; todo lo imaginable sobre robots, ciencia ficción, música heavy metal, animé, etcétera, etcétera, hacía de esa alegre casa el templo del otaku.
No solo esas eran sus pasiones. Siempre lo acompañaban en sus interminables veladas sus fieles amigos, su perra, su paquete de Parisiens y su copa mezcla de vino tinto Santa Ana cosecha 1994 con un poco de Sprite, lo que vulgarmente se llama en Hudson el coctel explosivo, con sus nunca bien ponderadas consecuencias en el trono del sanitario.
A pesar de todo eso a nuestro héroe le faltaba una pieza fundamental en su colección: "La muñeca de Rei Ayanami"; una de las protagonistas de Evangelion, serie por cierto bastante floja en donde los robots parecen usar los mismos zapatos que Woody Allen.
El nikkei pensó que su divina Rei debía tener un palacio acorde con su alcurnia, pero en el fondo de su alma reconocía que comprar el terreno que estaba en venta al lado de su casa y construir en él una Nerv del tercer mundo sería una obra de mal gusto. Guiado por la sabiduría de su viejo sensei, un antiguo otaku muy haragán, decidió dar a su heroína una catedral digna de su estirpe: Crearía su propia fusión, una serie nueva en su propia vida real, compraría el lote y en el mismo haría edificar un Instituto de Investigaciones Fotoatómicas. Rei no conduciría nunca más un robot de mal gusto como los evas. Rei merecía lo mejor. Tomaría prestado de Koji Kabuto el magnífico Z, sí, Mazinger Z.
Un problema de índole práctico acosaba al hijo del sol naciente. Los ingresos que le proporcionaban sus vastos campos de sushi y ramen no alcanzaban para llevar a cabo el proyecto. Tuvo que hipotecar la casa y vender los artículos que con tanto esfuerzo había juntado, pero todo era por cumplir su sueño dorado.
Los obreros trabajaron velozmente. En pocos meses el Instituto era una realidad. Los vecinos admirados esperaban la inauguración. Una gigantesca estatua de Mazinger saliendo de la piscina hacía las delicias de toda la comunidad. Pero ocurrió lo inesperado. En el momento que entró el oriental en su magana obra la tierra tembló y todo se vino abajo. Bomberos y policias limpiaron el lugar pero no encontraron rastros del joven. Las personas de la zona aseguran que hasta hoy en día se escucha de noche desde lejos el grito: "Planeador abajo!" y se ven unas figuras fantasmales de rei caminando de la mano con el japonés por la rotonda de Barrio Marítimo.