viernes, 4 de enero de 2008

El gato. Por Cristian Claudio Casadey Jarai

Se subió a la mesa mientras escribía. Sus patitas grises contrastaban con la claridad de su cuerpo. Sus ojitos azules sobresalían y brillaban en aquel rostro azabache. Con su habitual gracia felina se acomodóa al lado del cuaderno, mi fiel compañero y confesor de mis inquietudes. Se acostó y permaneció inmóvil largo rato. El tiempo parecía haberse detenido, como admirado de la paciencia e ingenuidad del pequeño minino. Un calor especial brotaba de la tierna escena e inundaba el ambiente. El incienso creaba una atmósfera extraña pero agradable a los sentidos, un festín de sensaciones. Tentado, acaricié su lomo varias veces. Se despertó. Parándose lentamente me miraba a los ojos. Parecía querer comunicarme algo. De repente, me di cuenta que no me seguía viendo. Su vista estaba enfocada detrás de mi hombro. Me di vuelta y ahí estaba en la pared el retrato del Señor. Agradecido, me arrodillé junto al gato. Grande es el amor divino.