domingo, 6 de enero de 2008

Escudo, por Cristian Claudio Casadey Jarai

Bajamos del taxi rojo en el centro comercial. Pocos colores tan extraños para el extranjero como una taxi colorado. Ella estaba más hermosa que de costumbre esa noche. Sus preciosos ojos verdes brillaban de una manera tan dulce que derretía mi corazón. Sus rubios cabellos caían con gracia sobre su pequeña espalda. Tomados de la mano recorríamos los pasillos del moderno edificio. Nos detuvimos en un local de recuerdos. Me regaló un prendedor con el bello escudo de su país. Lo coloqué en mi pecho pero en realidad se pegó en mi alma. Dios permita hacerme digno de llevar semejante honor por toda la eternidad. Los volcanes y la embarcación purificaron mis lágrimas. Ella, fuente de mi vida.