miércoles, 1 de octubre de 2008

Hugo Chávez y Casadey. Por Cristian Claudio Casadey Jarai.

Hugo Chávez y Casadey. Por Cristian Claudio Casadey Jarai.
Hacía mucho calor esa tarde. Una brisa que entraba por una de las ventanas del palacio de Miraflores refrescaba un poco el pesado ambiente. El jerarca estaba sentado detrás de su escritorio, inmerso en un mar de papeles. Presupuestos, borradores, documentos, en fin, hojas y más hojas de muchas palabras y poca claridad. Cosa de políticos, me decía en mi interior. El retrato de Simón Bolívar parecía observar impaciente la situación.
- Y dígame, don Casadey, usted que sabe mucho sobre geopolítica africana, ¿qué recomendaría en cuanto a las nuevas relaciones con Rusia? – me preguntaba el jefe.
- En estos tiempos difíciles, de grandes cambios y profundas crisis socioeconómicas a nivel mundial, es interesante y muy provechosa para el país su propuesta, señor presidente – dije tratando de escapar al pelotón de fusilamiento.
- No me mienta Casadey, lo que me contestó suena a discurso de mandatario imperialista. Acá estamos ambos solos, usted y yo, lo que se dice entre estas paredes acá se queda. Bolívar es nuestro testigo desde lo alto del panteón de los héroes. No traicione a la Revolución Bolivariana don Casadey – replicó el comandante.
- Le recuerdo que debemos rendir cuentas a nuestro Superior. Poco importa mi opinión. Nos esperan en la Logia señor presidente. No hay tiempo que perder.
Chavéz arrugó la frente y se sintió impotente para responder. Sabía tan bien como yo que existían fuerzas más poderosas como para ponerse a discutir en ese preciso momento. Don Hugo accionó un mecanismo secreto que se escondía detrás del cuadro del prócer. Se abrió una entrada secreta. Ingresamos rápidamente. Caminábamos rápidamente, hasta llegar a una sala escondida en el corazón subterráneo de la edificación. Nos esperaban un grupo de encapuchados. Sonó una campana. Dio comienzo a la reunión.
- Estimados colegas, damos comienzo a nuestra sesión de octubre. Hoy tiene el honor de comenzar nuestro hermano Francisco Macías Nguema, quien desea hacernos partícipes espirituales de las fiestas por la independencia de Guinea Ecuatorial. Cedo la palabra a nuestro ilustre colega – comenzó diciendo un personaje desconocido para mi.
- Gracias, mbolan como se saluda en mi país. Es de mi agrado ver cómo la dictadura de la democracia triunfa en el mundo entero. Nuestros sueños de conquista del mundo ya están a un paso de concretarse. Lamento que Alejandro Magno no se encuentre presente para poder ver con sus propios ojos como todas las naciones son apretadas con la misma mano de hierro. Pero bien, es hora del rito.

Finalizadas las palabras, todos comenzaron a desnudarse. Recostados boca abajo, esperábamos tristemente nuestro destino. Con el rabillo del ojo, veía a lo lejos como llegaba George Bush luciendo una tremenda erección, preparándose a penetrarnos a todos los presentes. Disimuladamente, Chávez sacó de entre sus enormes puños cerrados unas pastillas.
- Tomé Casadey, son unas pastillas de cianuro. Siempre es mejor morir que dejarse violar una vez más por nuestro amo.
Amargado, veía como la muerte nos conducía a la par del Führer en el Infierno.
- Señor presidente – le dije a Hugo Chávez, - si no es uno, es otro. Ahora muertos deberemos servir a Hitler y dejarnos violar por él. La vida es injusta pero parece que la muerte lo es todavía más.
- Así es Casadey, así como te comportas en la vida, así será en la muerte.